domingo, 19 de abril de 2015

La forma de las nubes

Solía pedir mi café muy caliente, tal vez por la necesidad de calentarme por dentro. Acostumbraba acompañarlo de bocanadas de tabaco barato, cuyo humo revoloteaba en mi estómago en ausencia de mariposas.

Caminaba sin rumbo por las calles, tal vez para perderme, o tal vez para encontrarme por fin. Me acompañaba de música nostálgica, cada nota ahogando la añoranza en la que hundía mis pestañas.

Tú, en cambio, caminabas por la ciudad como si fueses su dueña, tal vez porque de haberlo querido lo serías. Bailabas al compás de los sonidos de la calle, siendo tu ritmo la vida misma.

Cargabas siempre contigo esa bicicleta color azul; parecías pedalear entre nubes, más que entre el asfalto de esa ciudad que compartíamos.
Robabas miradas sin permiso, apropiándote de pupilas distraídas. Era el brillo de tus ojos aquel faro en la tierra.

Pediste tu café muy caliente, robando también ahora mi mirada y haciendo que dos pronombres se convirtieran en uno. Aún cuando las alas no hacen al ángel, derramaste un poco de cielo en mi café, cielo como aquel de tu bicicleta en la que te veo alejarte mientras mi cuerpo tiembla.

Empezamos jugando a ser viento, aunque tú no necesitaras de mis juegos para zurcar los cielos. Empezamos jugando a ser agua, aunque yo tuviera más anclas de las que paradas necesitara hacer en el viaje. Al final, jugamos a ser nosotros, sin la consciencia de que el cambio de pronombres puede depender de un simple cambio de estación.

Solias decirme que me amabas, tal vez porque no te diste cuenta cuando dejaste de sentirlo.
Solías escuchar cuanto te amaba, tal vez porque a pesar de todo, mis palabras endulzaban algo más que a tus oídos.

Y fue así como el azúcar dejo de ser dulce. Fue así como las notas parecían acomodarse para hacerte una sinfonía. Fue así como las nubes tenían ahora sólo forma de bicicletas.

Fue así como me quede inmóvil mientras pedaleabas hacia el horizonte, hundiendo mis labios en aquel café, ahora frío.