jueves, 13 de noviembre de 2008

Mi primer cuento


Un poco fumado y dificil, pero mío al final:


Abrió los ojos. No sabia si estaba dormido o despierto. En realidad nunca lo había sabido. Poco a poco lo rodeó la incertidumbre de no entender que pasaba. Se levantó de la cama, decidió ir a averiguar.
Solo penumbra….. y un sentimiento de soledad que no lo dejaba en paz. Caminar y caminar, ¿hacia dónde? No caminaba hacia una dirección, sino hacia un sentimiento. Caminaba hacia una explicación, una razón, un objetivo. Salió de su casa, si es que ese lugar era su casa.
Observó en la distancia una silueta y decidió caminar hacia ella.
-Buenas noches señorita, disculpe, ¿me podría decir dónde estoy?
-Ojalá lo supiera yo, respondió ella.
“Nada nuevo, tendré que seguir caminando.”
Después de un rato llegó a la calle. Gente pasando, tiempo consumiéndose, la ruta natural de la vida. Nada más. ¿Hacia dónde ir ahora? “Dejaré que mis pies me guíen, tal vez ellos tienen un poco mas de idea de lo que está pasando.” Parecía que sí, sus pies lo llevaban por callejones y lugares que no conocía. O que no recordaba.
Una puerta, vieja y grande. “Que hago aquí? Tendré que tocar.” Tenía que encontrar la respuesta a una pregunta que ni siquiera existía… Se sentía patético. ¿Qué diría al recibir una respuesta? “Buenas noches, no se que hago aquí o que busco, ni siquiera quién soy. ¿Importa quién soy? ¿A alguien le importa quién soy?”
Pero algo tenía que hacer. Tres toques en la puerta marcaron la urgencia de una explicación.
-Buenas noches, ¿en qué le puedo servir?
-Buenas noches, ¿con quién estoy hablando?
-Está usted hablando con la recepcionista del hospital psiquiátrico Goodlands, en qué puedo servirle?
“Hasta mis pies se dan cuenta que estoy loco, ¿un hospital psiquiátrico?”
- ¿Podría pasar por favor?
-Claro que sí señor, ¿pero que necesita?
-Me gustaría resolver algunas dudas nada más.
-Claro que sí, pase. En un momento lo atenderá el doctor Monroe.
-Que tal joven, soy el doctor Monroe.
“Joven?” El espejo del consultorio mostraba una cara pálida, un par de ojeras y unos ojos profundos y vacíos.
-Hola doctor, vengo a ver cómo sigue el paciente. “¿Acaso dije yo eso?, ¿qué paciente? ¿Por qué ni siquiera me entiendo a mi mismo?”
-Todo va muy bien, me preguntaba cuando iba a venir a visitarla.
-Tenía que venir pronto. Dijo por fin consciente de sus palabras pero sin entender a lo que se refería todavía.
Siguió al doctor por un sinfín de pasillos blancos. Confusión, prisa, tiempo. Después de un rato se encontraban frente a una puerta blanca y reforzada. “¿Que habrá detrás de la puerta?” Demasiadas preguntas sin respuesta.
La puerta se abrió, sus ojos empezaron a acostumbrarse a la luz. Sólo una cama, un baño y una figura sentada en la esquina del cuarto. Por fin, algo que reconocía. ¿Pero que reconocía? ¿Seria esa persona con aspecto demacrado que parecía decir todo con su mirada?
La figura se incorporó, se fue acercando a él poco a poco. Las miradas se cruzaron. Los dos se reconocían, sin saber porque.
-¿Cómo has estado?
Fue lo primero que se le ocurrió, naturalmente no recibió respuesta. Sintió que sólo tenía que verla a los ojos para obtener la respuesta que tanto había buscado. El problema no fue que sus ojos no dijeran nada. El problema fue que sus ojos lo decían todo.
Nunca supo porque tomó su mano. Tampoco porque la abrazó y empezó a acariciar su cabello. Sólo lo hizo. No le preocupó no entender nada. Ya estaba acostumbrado.
-Regresaré. Fue lo último que pudo decir antes de salir del lugar en donde se sentía alguien. O se sentía nadie. ¿Hay alguna diferencia?
-Parece que va mejorando- dijo el doctor.
“Si eso es mejorar me pregunto como estaría antes.”
Salió del hospital, no sabía a dónde dirigirse. Trató de confiar en sus pies otra vez. Sin embargo, decidieron no llevarlo a ningún lado. Se sentía cansado sin razón. Decidió regresar a su casa, dormir un poco.
Abrió los ojos. No sabia si estaba dormido o despierto. En realidad nunca lo había sabido. Poco a poco lo rodeó la incertidumbre de no entender que pasaba. Se levantó de la cama, decidió ir a averiguar.
Estaba en un cuarto. Sólo una cama, un baño y paredes blancas. La confusión lo llevó a sentarse en una esquina a pensar. ¿Pensar en qué? Simplemente pensar.
La puerta reforzada se abrió. Una joven de cara pálida, ojeras y ojos profundos y vacíos entró al cuarto. Lo vio. Las miradas se cruzaron. Los dos se reconocían, sin saber porque.
-¿Cómo has estado? Dijo ella.
El busco las palabras y las encontró, pero no logró sacar ningún sonido de su boca.
Ella se acercó, tomó su mano, acarició su cabello y murmuró -regresaré-
Ojalá me hubiera despedido de ella cuando todavía entendía lo que pasaba. La puerta se cerró, dejándolo como ya estaba desde el principio. Solo y sin recuerdos.
Abrió los ojos. No sabia si estaba dormido o despierto. En realidad nunca lo había sabido. Poco a poco lo rodeó la incertidumbre de no entender que pasaba.

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